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lunes, 25 de septiembre de 2017

Sobre los descansos y los que no

Digamos todos los infértiles la verdad. Alguno se conocía a sí mismo tanto como para saber que tenemos tanta fuerza para afrontar ésta adversidad. Hay decenas de motivos a lo largo y ancho de la vida que nos ponen a prueba y nos obligan a sacar fuerzas y energías de donde sea para afrontarlos pero yo mismo aún no me explico cómo es que lo enfrentamos, tantas veces. Tan fuerte es el deseo que una y otra vez nos volvemos a levantar y allá vamos, muchas veces ciegos. Ojalá pudiéramos parar los tratamientos pero es que una vez subidos al carro de la infertilidad vamos empujados por mil caballos, fuerte al galope. Y así como podemos atravesar y llevarnos por delante cada obstáculo también nos cuesta mucho frenar o hacer una pausa para pensar, evaluar, reflexionar, o simplemente descansar. Todos hemos tomado un descanso de los tratamientos, o casi todos porque deben ser muy muy pocos los que lo lograron al primer tratamiento, al primer intento (suertudos ellos). Esos descansos quizás explican en parte cómo podemos seguir adelante. Es como llegar al fondo del asunto, estrellarse contra el piso y de golpe pegarse unas alas a la espalda y levantar vuelo. Son tan necesarios que todos los infértiles hablamos de ésos descansos, como si fueran una parte más de los tratamientos. Lo que nunca supe es si son para cerrar un ciclo o para abrir uno nuevo.


Y no importa si nos vamos a unos pocos kilómetros, a alguna playa lejana, al otro lado del mundo o a la Luna (o Marte en breve). Lo que importa es reencontrarse porque en ése tiempo de tratamiento es fácil perderse, uno mismo y los dos a la vez. Así que si no hubo suerte o la medicina o lo que sea falló no queda más que armar la valija y partir porque todo duele, pero lejos del lugar de siempre se puede sanar un poco y rearmarse y re amarse.


Punto y aparte, luego de unos años de tratamientos un día se me ocurrió ponerme a pensar en los que no. En los que no pudieron tener hijos y por muchas razones no intentaron revertirlo. En los primeros que pensé fue en los que no tienen una obra social que cubra sus tratamientos ni dinero para enfrentarlos de forma privada. Nosotros vivimos las épocas pre y pos ley de fertilización y por suerte pudimos hacerle frente, sin que nos sobre nada a decir verdad. Pero, como decía, un día me puse a pensar en los que no. ¿Cómo habrá sido resignarse así sin más? No me lo pude imaginar. Deben ser muchísimos, no tengo estadísticas pero no tengo dudas de eso. Porque si los centros de fertilidad están poblados cada vez más es que debe haber mucha gente de la otra vereda. ¿Les habrá sido más fácil resignarse? Me hago las preguntas pero no tengo respuestas.


Habrá también personas que no se animen ni a preguntar sobre el tema, que no les gusten los médicos, las inyecciones, las esperas que desesperan. ¿Podríamos juzgarlos? ¿Seremos nosotros superhombres y supermujeres por hacerle frente y esos otros no?


Llegado aquí al blog y a twitter descubrí un montón de gente contando sus alegrías y sus penas, aquí y allá. ¿Y los que no lo expresan, no lo cuentan, no lo comentan? Además que no saben lo que se pierden estoy cada vez más convencido de los beneficios de abrirse, de hacernos cargo aunque sea en una red social y con desconocidos pero soltarlo.


Eso sí, mis problemitas de ansiedad aquí a mi lado me comentan por lo bajo que debería haberme dado cuenta antes jajaja

lunes, 11 de septiembre de 2017

A veces, los planetas se alinean

Sabemos los infértiles que hay un sueño que nos tiene ocupados y preocupados casi todo el tiempo. Pero en la vida hay otros sueños, otros anhelos, algunos más importantes que otros, más vitales quizás, un deseo de hacer o experimentar algo que una vez cumplido hace que surja aquello de “ahora sí me puedo morir tranquilo”, exagerado claramente pero significa que en la lista de cosas por hacer en la vida ya podemos ir tachando eso. Paradójicamente, el deseo del hijo jamás nos llevaría a decir ésa frase.
Por ésta época, hace dos años, pasábamos por el trago amargo de nuestro primer aborto. Unos días después, sentí lo que a muchos nos ha pasado, la necesidad de olvidar, de salir corriendo lo más lejos posible de médicos, agujas, medicamentos, análisis, etc, etc. Y, como muchos de nosotros sabemos, lo mejor es hacer un viaje, alejarse para reencontrarse. Es fácil perderse entre tanta lucha y de eso hay muchas historias escritas.
Así que decidí que era el momento de cumplir uno de ésos sueños, pero no el mío, el de mi mujer. Desde que estamos juntos siempre supe que quería conocer a las ballenas, ésos enormes “pececitos” que entre julio y hasta diciembre (con suerte) llegan al sur de nuestro país para reproducirse y, de tan buenas y confiadas que son cualquiera puede verlas a centímetros.
Así que vía web compré pasajes y estadía para Puerto Madryn para los primeros días de diciembre. Era la fecha que podía tomarme vacaciones y así empezamos a rogar por una alineación de planetas para poder cumplir el sueño porque la posibilidad de verlas en diciembre era muy baja, pero existía. Un viaje de un día entero en ómnibus y otro de vuelta y sólo dos noches de hotel. Íbamos sólo a cumplir un sueño para olvidarnos un poquito del que no se cumplió.
Llegamos una tarde y salimos a averiguar si al día siguiente, viernes, podríamos embarcar en alguno de los barcos que se adentran en el Golfo Nuevo y poder verlas de cerca. Recorrimos 3 agencias que ofrecían el servicio pero ninguna nos vendió el pasaje para embarcar porque, maldito clima, todo indicaba que al día siguiente el viento en la zona no iba a permitir que los barcos salieran.
Volvimos al hotel y ella se largó a llorar. Traté como pude de consolarla y que al otro día veríamos, quizás, que los planetas se alineaban y el clima nos daba una mano con ése sueño. Por las dudas, chequeé los horarios de los colectivos que llegaban a Puerto Pirámides, a casi una hora de Madryn. Puse el despertador para que sonara a primera hora y asomarme por la ventana esperando ver lo que necesitábamos.
A las 06:30 del viernes de diciembre de 2015 en que asumía un nuevo presidente en Argentina me asomé por la ventana, el celeste del cielo era limpio e impactante y supe que el día se sumaba a cumplir el sueño cuando llegamos al comedor del hotel para desayunar y la vista del mar nos dejaba ver que las olas eran muy tranquilas.
Para resumirles, a las 10 de la mañana estábamos en Puerto Pirámides con nuestros boletos para embarcar en mano. Una parte del sueño se cumplía, ahora faltaban ellas, las ballenas, que al menos una se hubiera quedado en el golfo esperándonos. Pregunté mientras compraba los boletos si aún se veía alguna y nos dijeron que sí, alguna que otra aún se asomaba. El barco partía luego de las 13 hs por lo que tuvimos tiempo de recorrer el pueblo, la playa, hasta ver a un pingüino bebe. Pero no vimos ninguna ballena desde la costa como suele suceder, por ejemplo, en ésta época de septiembre cuando nadan y saltan junto a sus crías.
A la hora de embarcar, unas 25 personas estábamos listas con salvavidas puestos. A bordo de la embarcación se hablaba inglés, alemán y castellano por igual pero los argentinos éramos claramente minoría. Salimos al mar y la ansiedad no se podía medir. Uno o dos kilómetros y nada. Para distraer la espera pasamos por una nutrida comunidad de lobos marinos, todos durmiendo, aburridísimos ellos! Jaja. Convidados de piedra del evento principal pero bueno, allí están, allí viven y hay que verlos durmiendo la siesta panza arriba sobre una rocas bastante incómodas por cierto.
Hubo que esperar una media hora y varios amagues del guía para ver la primera ballena, a unos 40 metros. Luego, se fue acercando ésa y otras pocas, sumando un total de 3 adultas y una cría. No había más, fueron sólo 4 pero suficientes para cumplir el sueño. Una ballena con su cría se pegaron tanto al barco que de haber estirado la mano le hubiéramos acariciado el lomo. Y entonces, en ése momento, los planetas se alinearon, todo confluyo de tal manera que fue un momento perfecto, no había nada más en qué pensar ni de que lamentarse, ni por qué llorar. O si, de alegría por el sueño cumplido. Para entender qué tan alineados estuvieron los planetas ése día, estos días leí que en éste momento hay casi mil ejemplares en el golfo y, respecto del año pasado, hay un 50 % más de crías.
Sepamos entonces que algún día los sueños se terminan cumpliendo. O al menos lo intentamos de mil maneras y eso ya debería dejarnos conformes por haber hecho el esfuerzo. Somos como las ballenas al fin y al cabo, nadamos miles de kilómetros para llegar a algún lugar lejano al que nos va llevando la corriente infértil para encontrar la situación perfecta para procrearnos.