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viernes, 18 de enero de 2019

Instantes de la segunda visita

Exactamente un mes después de la primera visita, viajamos nuevamente a la provincia vecina para seguir relacionándonos con F y L. Una segunda vez que fue más corta (4 días, de jueves a domingo) pero con mayor cantidad de horas juntos por lo que fue mucho más fructífero cada minuto juntos.


Esta vez alquilé un lugar a pocas cuadrar del hogar donde viven por lo que íbamos caminando a buscarlos a media mañana y nos quedábamos juntos en el departamento hasta las 21 hs cuando los dejábamos de vuelta en el hogar. Les hicimos de comer nuestra comida, es decir, probaron el sabor de la comida familiar, en cuanto a gusto y ritual. Los 4 sentados a la mesa, aprendiendo todos de los gustos de los demás. Desayuno, almuerzo y merienda compartidos.

Por casualidad, a una cuadra del lugar donde nos quedábamos había un parque gigante con muchos juegos para niños, canchas de futbol, aire limpio y mucho tiempo para verlos correr y reir y notar cómo con cada cosa que hacían nos miraban para ver que estábamos pendientes y nos reíamos con ellos.

Cuando hubo lluvia fue momento de mirar películas, de jugar a las cartas, de cosquillas ante el menor descuido, de frases sueltas que de la nada decían un “la amo mamá” junto con un abrazo. Desmiento que al escribirlo me haya emocionado…

Escribiré cosas sueltas, como el último día que fuimos a buscarlos y uno de los niños del hogar llamó al más pequeño gritando su nombre y acompañando el grito con otro que decía: “familiaaaaaaaaa…” Eso me quedó grabado, fue como un grito directo a la conciencia, a hacerse cargo, a aceptar, sobre todo a creer que casi somos y seremos eso, una familia. La verdad que me dan ganas de gritarlo a mí también.

El otro momento de ésta visita que jamás en mi vida se borrará fue el sábado anocheciendo mientras caminábamos para devolverlos al hogar. La calle desierta, un viento fresco que desmentía el verano de enero y L que caminaba abrazado a mi mujer y yo con F, que tiene casi mi altura a sus 15 años, también abrazados, rodeando el hombro del otro. Fueron 30 o 40 metros donde sentí cosas que nunca antes. De esos instantes donde la vida tiene sentido, donde vale la pena la lucha de tantos años.

El siguiente momento no fue estando juntos, fue ya estando en casa mientras hablábamos por teléfono como lo hacemos diariamente. Al pequeño L no le gusta mucho hablar por teléfono e incluso muchos días lo evita aunque en persona es todo lo contrario. Lo cierto es que una tarde tomó el teléfono para decir: “mamá, me corté el dedo”. Resulta que los chicos que viven en el hogar hacen las tareas de la casa como hacer la cama, limpiar, barrer, etc. En una de esas actividades L se hizo un corte sin mayor gravedad y quiso contarlo. Podría haber contado cualquier cosa, lo que pega es el comienzo de la frase, ése “mamá” tan cercano, como si buscara el consuelo que nunca tuvo ante un golpe.

Todo sigue sobre rieles entonces. Nos hubiera gustado que del lado de la justicia se hubieran acelerado un poco los tiempos y traerlos ahora con nosotros pero feria judicial, vacaciones, suplencias y demoras varias no lo permitieron. Mientras tanto, nosotros vemos que principalmente F sufre porque quiere dejar el hogar. Deseaba mucho en su momento una navidad con una familia. Deseó también que fin de año fuera en familia. Ahora, el martes 23 cumple 16 años. Y nos preguntó muchas veces que si iríamos a visitarlo. Y lamentablemente es imposible y se lo explicamos con ésos argumentos de adultos que a veces dan ganas de no usar pero son la realidad como el trabajo, el dinero, la distancia, etc. Notamos su tristeza, como ante cada evento de fin de año que no pudo ser.

L por suerte todavía goza de la inocencia que le dan sus 9 años de no sentir que ésas fechas son duras para alguien sin familia. 

Esto seguirá en febrero, veremos cómo continúa…